Filosofía, Metapolítica, Aforismo, Poesía.

miércoles, 29 de julio de 2015

"La acción humana".

¿Quienes han estafado realmente a los ciudadanos,
"los mercados" o los propios gobernantes griegos?
¿Y no es justamente porque hay cierta democracia que se 
puede responsabilizar también en parte a los ciudadanos?
El siempre conveniente
enemigo lejano: la banca,
 la judería, el comunismo...
internacional.

Hay un consenso creciente sobre que los gobiernos están sometidos al poder financiero. En el mejor de los casos es una verdad a medias. Pero lo más reseñable radica en ser una muy conveniente desde cierto punto de vista; desde el particular prisma de quienes ansían mayor control sobre nuestras vidas.

Tal relato a menudo presenta al político como un elemento pasivo, casi como si estuviese atado de pies y manos. Esto es una imagen por completo engañosa, y como hemos dicho, sospechosamente conveniente. Todos los indicios apuntan en otra dirección: Nuestros gobernantes actúan del modo en que actúan porque están igual de interesados en medrar que sus "allegados" en las altas finanzas, la industria o los medios. 

Una vez constatado eso, la diatriba suele estar entre pensar que quienes marcan el rumbo son los bancos o que, por el contrario, son los políticos. Lo que ocurre en realidad se acercaría más a una alianza donde ambas partes, como digo, tienen mucho que ofrecer y mucho que ganar. 

Otra cosa que se debería aclarar es que no pueden ser nunca TODOS los banqueros, industriales, etc. quienes tienen el control en TODOS los paises. Resultaría ciertamente estúpido que unos tipos que tienen privilegios monopolísticos, fiscales o de otra clase, decidiesen compartir esas ventajas COMPETITIVAS precisamente con sus COMPETIDORES.

«Una misma disposición cabe favorezca a unos y perjudique a otros. (...) Pueden, desde luego, los privilegios que el Estado otorga favorecer los intereses de específicas empresas y establecimientos. Ahora bien, si tales privilegios se conceden igualmente a todas las demás instalaciones, entonces cada empresario pierde, por un lado (...) lo mismo que, por el otro, puede ganar. El mezquino interés personal tal vez induzca a determinados sujetos a reclamar protección para sus propias industrias. Pero lo que indudablemente tales personas nunca harán es pedir privilegios para todas las empresas, a no ser que esperen verse favorecidos en mayor grado que los demás.»

(Ludwig Von Mises, ´La acción humana`.)


Creo que hay una cosa que debería empezar a quedarnos clara. Y es que, mientras apostemos por darle más poder al Estado, o tan sólo por mantener el que ya tiene, podrá privilegiar a unos o a otros, pero no podremos nunca escapar a esa fatal diatriba; no podremos nunca ofrecer al ciudadano más posibilidad de elección que la existente entre males de distinta clase; ni tan siquiera males mayores o menores: el baremo será cualitativo, pero difícilmente cuantitativo.

Ahí es cuando se nos revela, al menos para algunos, la naturaleza intrínsecamente perversa de intentar orientar la acción humana en un sentido o en otro. Debiéramos hacernos la pregunta que entraña el verdadero núcleo de todos estos conflictos éticos que tanto se resisten a resolverse, o a lograr un consenso general: 

¿Puede ser la libertad, por sí misma, culpable de algo?
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La máxima expresión de aquella fatal arrogancia de buscar orientar la acción humana, no cabe duda, la encarnaron el totalitarismo soviético y el totalitarismo nacional-socialista.
Y por más que los historiadores e intelectuales de izquierda se empeñen en vincular el segundo de estos regímenes "al capital", o incluso los más lanzados de ellos hablen del nazismo como de "una estrategia desesperada" del mismo -como si éste fuese un ente con personalidad propia que toma unilateralmente decisiones-, lo cierto es que todo cuanto podemos decir es que algunas empresas, incluso importantes, llegaron a acuerdos con el gobierno nazi. Pero constituiría monumental falacia responsabilizar a un sistema, económico o político, de lo que decidan hacer unos cuantos de los actores que intervienen en, o se atienen a, tal sistema.

Una vez mostrada la conveniencia de esa tergiversación, podemos volver a centrarnos en todo aquello que de común tenían las dos cosmovisiones -siempre mucho más de lo que estarán dispuestos a reconocer sus respectivos herederos-. Lo que sabemos bien es que, tanto una como otra, se declaraban enemigas del modelo liberal, lo que venía a significar, en realidad, que eran enemigos declarados de la sensatez, de la racionalidad, de la historia, del progreso humano, y de la civilización (de esa misma gloriosa civilización europea que, al menos uno de ellos, venía a "salvar").

Parejos impulsos negadores y destructores, de parejas raíces plebeyas, fueron los manifestados por estos nuevos bárbaros de Occidente. La barbarie mostrada no podía ser otra cosa que plebeya, pues se instituyó en poderoso vehículo de las más bajas pasiones surgidas de los más bajos estratos de la sociedad, tanto en el sentido económico como en el cultural o intelectual.

Y por mucho que los nazis dijeran reivindicar lo aristocrático y tradicional, y algunos de ellos hasta pretendieran que se les viese como aristócratas, cuando ayer mismo eran plebeyos de la peor clase, no puede llevarnos ello a engaño, como no lo hizo con aquellos auténticamente imbuidos de la mentalidad tradicional y aristocrática que tenían un proyecto de III Reich bien distinto, en que sí primaba la grandeza de las auténticas élites y no la bajeza de las turbas furiosas. (Recordar, a este respecto, la opinión manifestada por los representantes de la Konservative Revolution o por Julius Evola sobre la naturaleza obrerista y plebeya del Régimen de Hitler.)

Tan sólo doy una muestra más de la intrínseca relación entre una cosa y la otra: ¿Puede existir siquiera una "barbarie aristocrática"? A lo sumo, podríamos observar en la historia la barbarie practicada por algunas noblezas por completo degradadas. Pero nunca veremos que la practice ni la aliente ninguna genuina aristocracia. De ella -de quién si no- es de donde proceden todas las que hoy tenemos por buenas formas.

«Es digno de notar que quienes más se exaltaron en ensalzar los salvajes impulsos de nuestros bárbaros antepasados fueron gentes tan enclenques que nunca habrían podido adaptarse a las exigencias de aquella "vida arriesgada". Nietzsche, aun antes de su colapso mental, era tan enfermizo que sólo resistía el clima de Engadin y el de algunos valles italianos. No hubiese podido escribir si la sociedad civilizada no hubiera protegido sus delicados nervios de la rudeza natural de la vida. Los defensores de la violencia editaron sus libros precisamente al amparo de aquella "seguridad burguesa" que tanto vilipendiaban y despreciaban. Gozaron de libertad para publicar sus incendiarias prédicas porque el propio liberalismo que ridiculizaban salvaguardaba la libertad de prensa.»

(Ludwig Von Mises, ´La acción humana`.)
Ludwig Von Mises, economista y filósofo
de la Escuela Austriaca.

Esa oposición virulenta al mundo que han alumbrado la Ilustración y el liberalismo, con la burguesía a la cabeza, tiene sentido hasta cierto punto. Yo me opongo con pareja vehemencia a muchos de los frutos de esa Modernidad; lo que no hago es reclamar que se subvierta por completo, que se arrojen todos sus frutos -buenos y malos- al basurero de la historia.

Durante mucho tiempo también me dejé seducir por esos fantasmas de insatisfacción crónica, ese fatalismo histriónico, esa pose de desprecio hacia todo y hacia todos.

Si uno los busca, desde luego, siempre va a encontrar motivos de desagrado en el mundo que le rodea. Muchos, de hecho, solemos tener los ojos más abiertos para todo lo negativo que hay en él que para todo lo que pueda haber también de positivo. Por eso dije antes que quienes se rebelaron del modo que lo hicieron contra CIERTO liberalismo y CIERTA modernidad, se rebelaban en el fondo contra la misma historia, contra la misma evolución cultural humana. Por ello acusé también a esos "rectificadores del rumbo de la historia", y acuso ya sin rubor a las ideas anti-capitalistas en general, de ser todas hijas del alma plebeya -en el sentido nietzschiano, aun enmendando a Nietzsche-, esto es: del rencor, del revanchismo, de la estrechez de miras, del moralismo empeñado en buscar culpables y víctimas. 
Y digo "en el sentido nietzschiano, aun enmendando a -o polemizando con- Nietzsche" porque sin salirme de su lógica, veo incongruencia en aquella parte de sus condenas (suyas o de sus seguidores) que se dirigen al mundo burgués en conjunto, cuando en todo caso debieran estar dirigidas a aquella parte más vulgar, más plana, más dócil, de lo que entendemos por "burgués". No guarda coherencia alguna el odio que muestran muchos de quienes se hacen eco de sus ideas hacia la riqueza en sí misma, por poner un ejemplo harto frecuente; como no la guarda tampoco la apelación al instinto primitivo de las clases bajas "enfrentadas" al "mundo de las finanzas" o a la "clase empresarial", como expresión de una cierta élite -en esto, los "nazi-nietzschianos" están hechos unos plebeyos y unos cristianos de cuidado-; siendo además éstas élites financieras y empresariales parte vital de la civilización que, bien que mal, ha posibilitado que estemos todos aquí, la mayoría de nosotros con las necesidades suficientemente cubiertas como para haber leído a incendiarios filósofos y poner en nuestra boca sus poco medidos -y en ocasiones, poco meditados- ataques contra esa misma civilización.

«A diario cabe trastocar las escalas valorativas y preferir la barbarie a la civilización o, como dicen algunos, anteponer el alma a la inteligencia, los mitos a la razón y la violencia a la paz. Pero preciso es optar. No cabe disfrutar, a un tiempo, de cosas incompatibles entre sí.»

(Ludwig Von Mises, ´La acción humana`.)

Errar el tiro es nuestra especialidad desde tiempos inmemoriales. Dirigimos nuestra ira hacia el libremercado, hacia los principios liberales y hacia las bases que sostienen eso que hemos llamado capitalismo, cuando quizá aquellos males de que somos conscientes se deben a otros factores más dispersos y menos identificables a simple vista. Pero claro, es mucho más fácil clamar contra las ideas que constituyen la base del mundo en que vivimos, las cuales son simples y diáfanas, que hacerlo contra hechos concretos, complejos, y que se pierden en el gran escenario del tapiz que llamamos realidad. Lo que primero percibimos es el marco de dicho tapiz, por eso buscamos culpar a esa sustancia primera in-formadora antes que a cualquier otra circunstancia más contingente. 
Es muy común, por ejemplo, meter en un mismo saco al sistema capitalista y a la política exterior estadounidense, cuando esto no resiste un somero análisis en sus más básicos silogismos. No se puede aducir como argumento el que algunas corporaciones con sede en USA hagan negocio con, y tras, muchas de las guerras llevadas a cabo por su gobierno. Del mismo modo que aquellas otras, algunas también norteamericanas, no vieron problema en hacer negocios con el Régimen Nazi; y del mismo modo que, como vimos en el comienzo de estas líneas, empresarios de diverso ramo se acercan al Estado, y éste consiente tal cercanía y el trato privilegiado que suele ir unido a ella. Para ubicar correctamente las situaciones o los procesos a los que nos estamos refiriendo es necesario ubicar primero el significado de los términos que para tal uso empleamos: "Capitalismo" es, en estricto rigor, un conjunto de costumbres, modos de producción, organización y cálculo económico que lleva implícitas unas normas consensuadas, como son el respeto a la propiedad, a la competencia, y por tanto a la libertad de mercado y al cumplimiento de los contratos. Todas las figuras fantasmales que le adherimos, todo el conjunto de connotaciones que ha ido arrastrando como un imán lo haría con las esquirlas de hierro que se encuentra a su paso, o como un Mr. Potato al que cada uno le va añadiendo los rasgos que le viene en gana, sólo alegan en su defensa la torpe excusa de que "forman parte de la lógica del sistema". 

Esta frecuente confusión en la asignación de culpas, a ideas abstractas en vez de a hechos concretos, la ilustra con acierto uno de los liberales más honestos y respetables con los que yo me he topado, el argentino Alberto Benegas Lynch:

«Las llamadas "liberalizaciones", o "privatizaciones" -que se tradujeron en monopolios que pasaron de ser públicos a privados-, poseyendo los segundos mayores incentivos, han hecho más daño que los primeros (...) Claro, poniéndonos en la piel de los intelectuales de izquierda honestos, cuando ven que, bajo la etiqueta de "liberalismo", están todos esos pseudo-empresarios haciendo tratos con los gobernantes, abusando de los ciudadanos, y beneficiándose de favores de diverso tipo, exenciones fiscales incluidas, es normal que digan: "si esto es el liberalismo, quiero cualquier cosa menos el liberalismo".»

[Es un resumen redactado de manera libre para hacerlo lo más conciso y explicativo posible. Pero soy muy fiel a sus palabras -las que, como mucho, he reordenado-.]

¿No es éste el gran problema de entendimiento, que en algún punto es puramente semántico, sobre el famoso liberalismo "real"? (Curiosamente, los liberales muchas veces identifican el socialismo "real" con el que se llevó a cabo de facto con esa etiqueta, y no con el que puedan plantear los que niegan, exactamente igual que ellos frente al liberalismo actual, que eso fuese socialismo.)

Parecen no salir nunca unos y otros de esta especie de círculo vicioso. El juzgarte a tí según tus ideales y al otro según sus resultados no puede ser la norma, porque tarde o temprano se percatan muchos de que todo ello no es sino una tomadura de pelo. 
Pero el problema adquiere otra naturaleza cuando alguien con más altura de miras pone las cartas sobre la mesa. Se pone entonces fin a ese diálogo de besugos, o al menos se sientan las bases para ir más allá de él. Y para tal propósito se requiere una sencilla fórmula. Ésta es la que usa otro intelectual liberal-libertario que merece todo mi respeto, el gallego Miguel Anxo Bastos, cuando dice: «Debe compararse siempre el socialismo real con el liberalismo real, y el socialismo utópico con el liberalismo utópico». 
Otra cosa está por completo falta de rigor, y fuera de lugar. 
Y haciéndolo es cuando podemos advertir claramente que, incluso quienes hemos sido y somos muy críticos con las ideas liberales, tanto en el plano concreto como en el ideal, salta a la vista que resultan ser las "menos malas".

Pero como son las menos malas -no, por tanto, perfectas- y como seguimos poníendoles unas cuantas pegas, nos siguen llamando la atención algunas omisiones en las mismas. Sin ir más lejos, cuando quienes hablan del capitalismo de manera tan "neutra" y "aséptica" nos presentan al empresario como alguien que "no tiene más remedio, para triunfar, que atender las necesidades de los demás" nos preguntamos inmediatamente: ¿qué ocurre, entonces, con todo aquello de que se nos convence que "necesitamos", cuando hasta hace muy poco no parecíamos hacerlo? Creo verán lícito admitir quienes intentan "vendernos" la imagen anterior que, cuando menos, puede ser algo engañosa. Y de hecho, otros como el chileno Axel Kaiser nos recuerdan la visión de Adam Smith, bastante menos idealizada, y que corrobora esto que digo: 

«El interés de los dealers en cualquier rama del comercio o las manufacturas es siempre distinto e incluso opuesto al del público. Ampliar los mercados es cerrar la competencia siempre en interés del empresario, y cualquier regulación que venga de este orden de hombres vendrá de un orden de hombres que tiene el interés de engañar al público». 
Adam Smith, economista que se
asocia al "liberalismo clásico".
Kaiser tan sólo añade a las palabras de Smith que la condición humana es invariable, pero que al menos, bajo estas normas es como podemos comportarnos lo más "civilizadamente" posible. Y en ese sentido 
-siguiendo tal lógica, no digo que yo lo suscriba- lo único que debiera preocuparnos es que los empresarios, cuales sea, no logren tener influencia sobre quienes hacen las leyes.

Ha quedado claro durante todos estos párrafos, por tanto, que ya no soy de aquellos que andan buscando el origen de todos los males en el capitalismo. Ahora, existe una diferencia entre ver las cosas lo más aséptica y néutramente que se pueda (esta vez sin comillas) y otra querer obviar las realidades que chocan con la idea que queremos presentar, y quizá hasta sin ser uno consciente, "vender" ese evidente sesgo como "pura objetividad", como aún pienso que hacen muy a menudo los liberales, tal como acabamos de ver en la idealización cuestionada por Kaiser y Smith (que constituyen honrosa excepción en este caso). Pero sobra mencionar que lo mismo hará todo aquel que intenta persuadirte de una idea cuando la juzga acertada, lo cual es del todo lícito, pero no desde luego inocente ni carente de artimañas.

Lo que sí debo reconocer es que la acusación de "mercadolatría" que frecuentemente he lanzado contra teóricos liberales y libertarios es algo que mi honestidad me obliga hoy a plantearme desde otra perspectiva. Tras empaparme de los ineludibles argumentos de Hayek sobre los "órdenes extensos", y también de los no menos ineludibles de Von Mises sobre la Acción Humana, empiezo a ver que no hay razón para presuponer que se trate de una "adoración a un ente abstracto y necesariamente benéfico", y que es más lícito entenderlo como mera defensa de esa ACCIÓN HUMANA ESPONTÁNEA, ya sea en el ámbito del Mercado O EN OTROS. 
Rodaje del film clásico ´Star Wars`.

El acierto de Hayek en "la fatal arrogancia" está en hacernos ver claramente esto y desmontar gran parte de las "metáforas que nos piensan" cada vez que nos referimos a tal "ente". El fallo sería el de aludir tan a menudo a esos otros "órdenes extensos análogos" y no especificar nunca de cuales se trata. Yo creo haber identificado algunos de ellos: 
Bien podrían estar los ejemplos que buscamos en la colaboración multi-disciplinar que encontramos en el mundo del cine, el teatro o la música. 
Me explico. Tanto en la actividad empresarial como en la artística se precisa de gran cantidad de individuos ultra-especializados -de reunir "conocimientos dispersos"- que colaboran en la consecución de un mismo fin. De igual manera, pues, que en lo que conocemos como "capitalismo" se dan cita publicistas, empresarios, industrias de infraestructura, contables, banqueros, maquinistas, obreros manuales, etc... en la música se requieren de guitarristas, percusionistas, bajistas, vocalistas, arreglistas, productores, ingenieros de sonido, roadies, de nuevo publicistas, y de nuevo empresarios, en este caso discográficos. Y en el cine y el teatro, tres cuartos de lo mismo, pero de forma aun más diversa y EXTENSA: directores, productores, actores, fotógrafos, camarógrafos, iluminadores, tramoyistas, escenógrafos, encargados de vestuario, distribuidores, proyeccionistas, etc etc...
Los órdenes extensos conjugan multitud de talentos individuales
sin requerir inter-disciplinariedad ni apenas colaboración directa 
entre los mismos. Sólo mediante ellos el individualismo logra
transmutarse en obra cooperativa, o dicho de otro modo, 
en "bien común".

Creo que, en el empeño por alcanzar una visión más completa y objetiva de nuestras sociedades modernas, esta analogía entre "diversos órdenes extensos" resultaría muy pedagógica y ayudaría a quitarnos de encima unas cuantas ideas preconcebidas y del todo infundadas, las cuales no ayudan sino a la incomunicación, a la incomprensión, y a las actitudes irracionales.


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