Filosofía, Metapolítica, Aforismo, Poesía.

viernes, 7 de octubre de 2016

Pornografía, feminismo y sexualidad. (II)

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Lo que se dice en este debate me ha motivado nuevas reflexiones en torno a las muchas cuestiones que se tratan en él, directa o tangencialmente, y ello me ha animado a escribir una segunda parte del texto que publiqué hace unos días.


Quizá sorprenda a algunos que sea Amarna Miller la que mantiene, de entre todos, un discurso más coherente y la que parece tener las ideas más claras. El resto de opinadoras (porque son todas mujeres excepto el moderador) no saben hilar dos frases sin meter por medio las palabras “heteronormatividad”, “patriarcado” y “capitalismo”. Sus argumentaciones no son tales: consisten más que nada en proclamas que aprendieron y que regurgitan como autómatas.

Atiborradas de dogmas, intentan pasar por “modernas” y “desinhibidas” sin poder ocultar el pestazo a moralina que rezuman sus querellas contra el que es para ellas, fuera y dentro de la pornografía, un mundo ciertamente perverso. Siguen viendo en el porno “mainstream” (es decir: mayoritario) una voluntad de modificar o fomentar ciertos deseos en los consumidores. Como tienen esa concepción tan delirante de la economía según la cual las empresas no ofrecen lo que el cliente busca sino que se afanan por orientar sus gustos en un “sentido heteronormativo y patriarcal”, parecen sugerir que si la mayoría de la gente es heterosexual es porque ven porno heterosexual, y no al revés. El mito de la Tabla Rasa hace de nuevo su aparición.. Todo proviene de la culturaLa heterosexualidad se construye..

¿Qué ocurre entonces con el porno homosexual? ¿Son conocedoras de lo importante que es ese sector de la industria o simplemente hablan de la pornografía, como de todo, de lejos y de oídas? ¿El porno homosexual pretende también “homosexualizar” a la gente? … De hecho, si comparáramos el porcentaje que hay de homosexuales entre los hombres con el porcentaje de pornografía homosexual que se hace dentro de esa industria, la heterosexualidad quedaría infra-representada en proporción. Por lo que, según su lógica, podríamos afirmar con igual o mayor convicción que ese “capitalismo neoliberal” persigue la “homo-normativización”.

Además, en qué quedamos: ¿Las empresas buscan el beneficio a cualquier precio o están dispuestas a ganar menos con tal de realizar una supuesta ingeniería social “que fortalezca al sistema”? ¡Por Júpiter! Si “el capitalismo” ha comercializado camisetas del Che y toda la iconografía comunista que se pueda imaginar, ¡qué problema va a tener, aun dando por bueno ese vínculo con el “patriarcado”, en vender todas las clases de pornografía que el público demande! Esta gente tiene la cabeza tan llena de ideología que no queda apenas espacio en ella para que el sentido común y la lógica asomen de tanto en tanto.

Pero no vayamos a dejar fuera de la crónica a Monedero. Otro que pretende jugar a dos bandas: a pro-porno y a anti-porno, a desinhibido, liberado y sin complejos por un lado, mas sin poder frenar por otro su moralismo, sus prejuicios y sus tabúes. El tipo es un trilero en toda regla, y tan siquiera se avergüenza de ello. Analicemos sus dos intervenciones estelares: En la primera se luce poniendo en cuestión que uno pueda hacer lo que quiera con su propio cuerpo “argumentando” que por esa regla de tres una podría “vender a su hijo recién nacido”.. ¡¿Acaso un niño que se acaba de dar a luz es “parte del cuerpo” de la madre y “le pertenece” igual que su brazo o su pierna?! … Ante la negativa de la Miller a aceptar ese “argumento”, Monedero se reafirma defendiendo la “racionalidad” del mismo e intenta arreglarlo reconduciéndolo a la venta de órganos. Pues no señor, tampoco. Un riñón efectivamente pertenece a su dueño pero sigue sin ser comparable a “vender tu cuerpo” en representaciones pornográficas puesto que, por muchas de ellas que uno haga, sigue conservando todos sus miembros y sus órganos en su sitio. Pero vamos a la segunda, que tampoco se queda atrás; pues, ni corto ni perezoso, este señor se lanza a comparar la realidad “capitalista” actual con el paraíso comunista soñado –no con el real, o qué os pensabais-, alegando que, mientras en las sociedades capitalistas muchos quizá se “vean obligados” a dedicarse a la pornografía o a la prostitución, en otro tipo de sociedad con renta básica y todas esas cosas las mismas profesiones "tendrían otra lógica”. Sí, que les pregunten por esa “lógica” a las cubanas, que son a buen seguro, de las mujeres de todos los países, las que menos presionadas se ven para prostituirse. De verdad hace falta ser miserable, o quizá estúpido, o sencillamente torpe, para decir algo así y quedarse tan ancho.

Y qué decir de Beatriz Gimeno. ¡Ay! La Gimeno.. Cuántos momentos de humor surrealista no nos dará esta mujer. Su percepción de la realidad camina entre lo cómico y lo grotesco. La buena señora ni admite ni aprueba que a la mayoría de las mujeres les gusten los hombres y les gusten sus penes, y que además les encante ser penetradas por ellos. Su feminismo dialéctico, como yo lo he bautizado, no es sino una versión moderna del puritanismo más enfermo. Ella viene a proclamar –entre líneas- que la Naturaleza lo hizo mal, que es esencialmente injusto que nos hiciera a unos cóncavos y a otros convexos. ¡Pero qué arbitrariedad es esa! ¿Por qué unos van a tener entrantes y otros salientes! ¡Todos planos! Y si ello nos pone francamente difícil obtener placer de nuestros cuerpos, ¡pues que así sea!: lo importante es que entonces seremos al fin iguales. Es un camino más enrevesado que aparenta ser contrario pero que acaba llegando al mismo sitio, como digo, que el puritanismo religioso: “el placer que sentimos está mal”, “¡es pecado!”; “es obra del demonio!” (léase: el capitalismo, el patriarcado, las “fuerzas oscuras” del mercado.) Así lo muestra su negativa a aceptar los argumentos en pro de los derechos individuales que blande contra ella la Miller. “Lo que a tí te guste no es un argumento”. Pero por lo visto, lo que a la Gimeno no le guste “El porno mainstream no puede gustarle a ninguna feminista”. Es decir, que ella no sólo tiene autoridad para distinguir qué valoraciones constituyen argumentos, sino que, al parecer, también sabe -o dicta- lo que puede gustarle o no a las feministas de todo el Globo, las del pasado, las del presente y las del futuro. Y ya la joya de la corona es su afirmación de que “si todo consistiese en una suma de derechos individuales, no se podría hacer política”. Porque así es: si se respetasen por entero nuestros derechos individuales, ella y los suyos no podrían meter sus narices en nuestras vidas y en lo que nos da placer o nos lo quita. ¿De verdad a nadie le espanta que algunos pretendan mezclar la política con el ámbito de la más estrecha privacidad? ¿No es esa la definición más perfecta de “totalitarismo”?
"Debemos problematizar nuestras prácticas y nuestros deseos".
"Debemos averiguar qué fuerzas oscuras
se esconden tras ellos".
....
 ¡Arrepentíos!
Pero la palabra estrella del debate, en boca de casi todos, es “problematizar”. El término-mantra en cuestión no podría ser más elocuente: convertir en problema lo que no lo es, o que hasta ahora nunca lo había sido. Por supuesto no se atreven a decir a las claras que algunas prácticas las consideran inmorales, y por eso comienzan a hacer funambulismo ético, reconociendo por un lado el derecho de cada mujer a fantasear o practicar lo que le plazca y elucubrando por otro sobre los roles que supuestamente pretende fomentar en nosotros “el heteropatriarcado capitalista”, usando tales elucubraciones carentes por completo de base empírica como pretexto para admitir la necesidad de una suerte de “ingeniería social inversa”. Es la misma lógica del Marxismo-leninismo de siempre: convencernos de que el actual estado de cosas es producto de una imposición para así justificar otra imposición: la de ellos. Elaborar teorías que ni quieren ni pueden probarse -esto es: pseudocientíficas- con el único objeto de volver legítima, y hasta necesaria, una violencia y un autoritarismo análogos a los que ellos han construido en su imaginación y en su propaganda.

Pero deben ustedes mojarse, señoras. O defienden la libertad individual o no. No hay terceras vías. Relativizar principios éticos que no podrían ser más claros inspira muy poca confianza. ¿Quieren ustedes dictar cómo deben obtener placer las mujeres o no? Díganlo claramente, y déjense de medias tintas y de vaguedades.

Por su parte, el papel de Amarna Miller en el debate, como dijimos, representa algo así como “la voz de la sensatez”. Los principios que defiende son bien claros, a diferencia de la caterva marxofeminista. Sus reclamaciones son también claras y perfectamente entendibles por cualquiera: la situación de a-legalidad del cine porno en España deja desprotegidos a sus trabajadores ante posibles abusos o malas prácticas –no en el terreno sexual necesariamente, sino también en el laboral-. Ella, que ha trabajado también en la industria de Estados Unidos, ha podido comprobar la ventaja de desarrollar esa profesión –para ella un hobbie- con todas las garantías que ofrece una ley sensata y funcional,  con controles de ETS´s más rigurosos, y donde los contratos están bien especificados y el poder de negociación de todas las partes más equilibrado.

La porn-star madrileña lanza además una pregunta retórica que es un desafío a los prejuicios mal ocultados de las de “el sexo también es política”: ¿Quién puede, de verdad, saber lo que degrada o humilla a una mujer? Exactamente la misma pregunta que lancé yo en la primera parte de estas reflexiones. Apenas se percatan de lo terriblemente arrogante que es pretender adivinar lo que los demás sienten (y sin entrar en el terreno, en el que ellas sí entran de forma mal disimulada, de lo que deberían sentir). Por supuesto que cuando contemplamos en la pantalla una práctica sexual que a nosotros nos desagrada, y que valoramos desde nuestra perspectiva negativamente, proyectamos nuestra vivencia sobre la persona que está representándola y por cualquiera que pudiera representarla en el futuro, y por tanto asumimos instintivamente que ella experimenta, o debiera experimentar lo mismo que nosotros. Pero eso es una trampa psicológica de sobras conocida, y parece mentira que personas hechas y derechas sigan confundiendo su ego con la realidad objetiva. Es como si todavía estuvieran en esa fase de la primera infancia en que el bebé no sabe distinguir lo que forma parte de su cuerpo de lo que es exterior a él.
Cierto escritor español dijo de ´Garganta profunda” que le resultaba un film “inverosimil”.
Quizá por aquel entonces muchos no caían en que en ello consiste justamente su poder de atracción,
en que no pretende mostrarnos la realidad, sino una ensoñación tan irresistible como turbadora.

No obstante, sí hay algo de lo que dice Amarna Miller que es más debatible, y sobre lo que me gustaría hacer una reflexión en cierta profundidad. El deseo expresado por ella de que la pornografía comience a verse como un trabajo más, y que se vaya diluyendo el estigma que acompaña a quienes se dedican a ello es sin duda un deseo legítimo, pero también ingenuo, y nos plantea algunas paradojas bien interesantes. Por un lado ese halo de “prohibido”, “sucio” y “oscuro” es ingrediente fundamental de la atracción que produce en la mayor parte, por no decir todos, de sus consumidores. Ella misma alude, si mal no recuerdo, al componente transgresor del porno. Y en efecto es éste un componente sin el cual esos productos audiovisuales perderían gran parte de su atractivo. Si la pornografía no buscara desafiar los límites y jugar con nuestra idea -siempre cambiante- de “lo perverso”, sencillamente dejaría de ser pornografía y pasaría a convertirse en una aburrida clase de educación sexual.

La realización o representación de fantasías sexuales requiere mantener un difícil equilibrio entre la costumbre y el tabú, entre lo agradable y lo desagradable, entre lo bello y lo grotesco, lo dulce y lo brutal, y esencialmente entre lo falso y lo real.

Como precisamente se trata de una receta que exige ese difícil equilibrio y esa precisión en cuanto a los ingredientes que se usan para elaborarla, en la que no puede haber ni demasiado picante, porque abrasa, ni demasiada realidad, porque repele, ni demasiado fingimiento, porque distancia, no toda la pornografía nos provoca o nos interesa o nos excita a todos por igual. Por ello los autores de ´La ceremonia del porno` nos hacen ver lo mal que entendemos habitualmente en qué consiste esa ceremonia. Creemos que el producto pornográfico es “fácil”, que es fabricado en serie y que no se distingue uno de otro, que con mostrar lo que hay que mostrar basta para lograr el objetivo: la excitación.

Pero nada más lejos de la realidad. Quizá eso bastara cuando hizo su aparición (aunque, como también se nos explica en el libro, ha existido desde siempre en distintas formas). Quiero decir que quizá cualquier cosa sirviera para llamar la atención del que nunca había visto imágenes pornográficas, o meramente eróticas, proyectadas con un cinematógrafo. Pero sin duda si esta persona se hacía aficionada a esas imágenes empezaría a buscar aquellas que más sintonizasen con sus deseos, probablemente los más inconfesables.

Y es que con ello hemos aterrizado en la, digámoslo así, Piedra Rosetta del fenómeno pornográfico, y puede que también del erótico: los deseos inconfesables, nuestro lado oscuro.

Porque todos tenemos deseos inconfesables. Y las fantasías que probablemente más les espantan a las que ven conspiraciones patriarcales y capitalistas detrás de todo son una vía de escape mediante las que aquél, nuestro lado oscuro, puede salir a la luz aunque sea tímidamente y en un entorno controlado; y de ese modo quizá evitar que acabe explotando en un momento mucho menos apropiado, sin ningún control que lo frene, y en el peor de los casos, causando daño a terceros.
Las prostitutas sagradas eran muchachas jóvenes que mantenían relaciones sexuales 
como parte de rituales religiosos en lugares sagrados y como ofrenda a los dioses. 
Existen varias teorías sobre la aparición de las prostitutas sagradas y de las funciones 
que desempeñaban. Unos dicen que la sexualidad y la espiritualidad estaban tan unidas 
que el sexo se convertía en una ofrenda para los dioses. (Fuente aquí)
Ya lancé en la primera parte de este ensayo una hipótesis sobre la posible, o no, función social de la pornografía. Alguien tan poco sospechoso de relativista o postmoderno como Guillaume Faye compartía esta intuición, y lógicamente la hacía extensible al papel de las prostitutas. En su inclasificable obra ´Arqueofuturismo`, Faye recordaba al hilo cuáles eran algunas de las atribuciones de muchas sacerdotisas en los antiguas religiones paganas, y cómo en aquellas sociedades cumplían también al parecer una función irremplazable. La ventaja es que ahora tenemos acceso a todos los templos del mundo y a todas las sacerdotisas sin movernos de nuestro silla y con un click de ratón.

Así pues, concluyo lanzando una nueva provocación que puede inspirar, al menos desde mi punto de vista, fecundas reflexiones. ¿Serían las actrices porno las nuevas prostitutas sagradas? Creo que hay motivos para creerlo así: el servicio que prestan no es como el mero trabajo sexual que se desempeña en el ámbito privado. En este caso se trata, como ya dijimos, de un rito, o un aquelarre; una ceremonia de concentrada intensidad en que se funde lo íntimo y lo público, en que se transgreden calculadamente las normas y los tabúes, los límites y los pudores… hasta dar con el justo equilibrio entre perturbación y curiosidad, esa receta precisa que a usted en particular le despierta el arrebatamiento que andaba buscando desde siempre, quizá sin saberlo y sin haber oído nunca de él, pero que desde ahora no cambiaría por nada y que, al lado del cual, lo que antes conocía como excitación le resulta un mero simulacro.

Pero no las juzguen ni se juzguen: a las sacerdotisas, a las fantasías que representan, o a ustedes mismos por disfrutarlas. Tan sólo sean conscientes de ellas. No hay cosa, por terrible que parezca, que sea preferible ignorar a conocer. La ignorancia sobre las cosas del mundo puede hacernos infelices, pero nunca tanto como la ignorancia sobre nosotros mismos.

Sí, pudo escribirlo Sócrates. No pretendía reclamar la autoría por esa reflexión.

Pero ésta sí la firmo: Deseen lo que deseen, ocúltenselo a quien quieran menos a ustedes mismos. Conózcanse y acéptense con sus zonas oscuras incluídas. Se sentirán más enteros y más dueños de sí mismos. El conocimiento es poder, y el auto-conocimiento es por tanto una forma de asumir mayor control sobre nuestras decisiones: de hacernos más libres. Y en eso creo que la srta. Amarna Miller puede servir de ejemplo, por mucho que ahora la odien, la juzguen, o elucubren sobre por qué hace lo que hace y piensa lo que piensa. Y con ello me refiero a la gente en general pero también a mí mismo porque, como la mayoría, tengo sentimientos encontrados. Ninguno estamos a salvo de prejuzgar, despreciar o apartar a otras personas cuando sus valores, sus percepciones o sus sentimientos no coinciden con los nuestros.

Yo mismo me he visto dividido entre la admiración, la incomprensión y la repulsión al indagar en la figura de Amarna Miller, ojeando su blog y algunas de las entrevistas que ha concedido. Es difícil aun hoy, por más “liberados” que nos creamos, asumir que alguien pueda entender y ejercer con tanta naturalidad el sexo como profesión, negocio y/o espectáculo. Nos gusta consumirlo, pero entraríamos en cólera si nuestra hija se dedicara a ello. ¿Hipocresía? Más bien imperfección congénita humana. De nuevo: no nos culpemos, no nos fustiguemos por no ser lo suficientemente “abiertos” o “modernos”. No todos estamos hechos de la misma pasta. Porque si algo me ha quedado claro es que Amarna Miller está hecha de una pasta muy especial. Ni mejor ni peor. Simplemente distinta al resto de nosotros. Quizá sea una muestra del próximo escalón en la evolución humana: una inteligencia emocional capaz de conciliar algunas de las hasta ahora insalvables contradicciones del homo sapiens. O al contrario: su moralidad innata acusa unas carencias que no serían beneficiosas para la especie. Pero también puede que sólo constituya un rara avis. Ya dije que no tiene por qué ser ni mejor ni peor.
Ishtar, entre los semitas orientales, era equivalente a la Diosa del Cielo sumeria. 
Por su relación con la fecundidad y la maternidad fue considerada diosa del amor, 
tanto en el aspecto familiar como en el sensual y voluptuoso. De ahí el que fuera 
la patrona de la prostitución sagrada, ejercida por hombres y mujeres 
en los templos, de cuyo personal formaban parte. (Fuente aquí)

*
Pero una cosa sí es innegable. Escuchar y leer sus confesiones me excita todavía más que verla en acción. Quizá precisamente porque, mientras la escucho o la leo, sigue presente la acción en mi memoria.

Su transgresión me provoca, me repele, me intriga, me turba, me fascina, me ofende, y me excita sobremanera a un tiempo.

Ecce Homo… .
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